Debemos conseguir ciertos objetivos en la vida. Más cierto es esto en el ámbito ambiental, y particularmente en cuanto a la gestión de residuos. Como ciudadanos y partícipes de estos objetivos, nos toca responder en clave de compromiso, participación, complicidad. Se necesita de nuestro esfuerzo.
Pero a pesar de las campañas de comunicación continuadas, así como del acceso a la información que poseemos en estos tiempos, precisamos más. ¿O estamos en el tope que podemos alcanzar?
Para forzar la máquina, surgen preguntas: ¿debemos castigar las faltas de compromiso, o por el contrario, premiar a los que se esfuercen más?, ¿es ético premiar por algo que debemos hacer por nuestro bien (y es nuestra obligación)? No es una cuestión baladí. Tal vez la respuesta se encuentre en un promedio de ambas posibilidades…
Y sin entrar en el terreno de las sanciones, que evidentemente son necesarias aunque impopulares, a día de hoy ya nos podemos encontrar con iniciativas que buscan el acercamiento de los usuarios a través de técnicas de gamificación, donde se premie de alguna manera a las actitudes positivas, como por ejemplo por utilizar el transporte público, llevar residuos al punto limpio o racionalizar el botellón.