Recientemente, el Gobierno chino anunció a la Organización Mundial del Comercio que finales de este mismo año prohibirá la importación de determinados residuos, como papel mezclado, ciertos tipos de plásticos, textiles, etc. China es un gran importador de materias primas residuales que utiliza en sus fábricas para la producción de numerosos bienes y productos que luego exporta. La noticia, como era de esperar, ha sentado como un jarro de agua fría en la industria mundial del reciclaje, principal proveedora de estos subproductos al gigante asiático.
El Bureau of International Recycling asegurá que, de aplicarse, la medida tendrá importantes consecuencias económicas y medioambientales. Las primeras porque se estiman en miles de millones de dólares las mercancías que cada año se envían a China como materias residuales para sus procesos productivos. Las segundas, porque si China no absorbe dichos residuos, estos podrían quedar fuera del flujo del reciclaje y, por tanto, terminar en los vertederos de todo el mundo, lo cual sería un verdadero obstáculo en el camino hacia la ansiada economía circular.
Pero China se defiende aludiendo que no quiere más «basura extranjera», pese a que la industria del reciclaje asegura que promueve altos estándares de calidad en las exportaciones de residuos. El asunto se presenta complejo. Como sabemos, China es un país muy peculiar que tiene sus propias reglas del juego. Y habitualmente, al que quiere hacer tratos con los chinos, no le queda más remedio que aceptarlas. Veremos.